Salió el clérigo después de hacer sus rezos. Era la primera vez que veía yo a aquel extraño hombre. Me pareció un gigante, alto y robusto como una torre, cuyo tamaño se duplicaba por los ropajes ampulosos.
El clérigo hizo una seña a sus criados, los cuales acudieron en seguida con una cesta de panecillos y varias talegas llenas de ropa usada. A un nuevo gesto de su amo, entregaron al menesteroso un lote de comida y vestidos, entre los que había una gruesa capa remendada. Después de ver esto, los demás pobres que allí estábamos nos abalanzamos como un solo hombre hacia tan generoso benefactor. Los criados no daban abasto repartiendo pan y prendas, hasta que se les agotó todo lo que llevaban.
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