martes, 3 de febrero de 2015

LITERATURA DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

El buen soldado Švejk (escrito también como Schweik, Schwejk o Shveik en algunas traducciones y pronunciado [ˈʃvɛjk]) es una novela satírica inacabada del escritor checo Jaroslav Hašek publicada en 1921 y 1922.

Josef Lada (nacido el 17 de diciembre 1887 en Hrusice , Bohemia - 14 de diciembre de 1957 en Praga , enterrado en el Cementerio de Olšany ) era un checo pintor y escritor.

Gaziel es el seudónimo de Agustí Calvet Pascual (San Feliú de Guíxols, Gerona, 7 de octubre de 1887 – † Barcelona, 12 de abril de 1964), un escritor y periodista español.


















PRIMERO:
En la época en que los bosques que bordean el Raab, en Galizia, se vio huir al ejército austríaco y en que las divisiones del Imperio allá abajo, en Servia, recibían sus buenas palizas, el Ministerio de la Guerra austríaco se acordó también de Schwejk, el cual debía sacar del apuro a la monarquía.


Las aventuras del valeroso soldado Schwejk.
El tren paró en Bazancourt, pueblo de Champaña. Nos apeamos. Con un respeto incrédulo escuchamos atentamente los lentos compases de la laminadora del frente, una melodía que había de convertirse por largos años en algo habitual para nosotros.Inmediatamente después aparecieron en la desierta calle unos grupos oscuros; en lonas de tienda de campaña o sobre las manos entrelazadas arrastraban unos bultos negros. Con una sensación peculiarmente opresiva de estar viendo algo irreal se quedaron fijos mis ojos en una figura humana cubierta de sangre, de cuyo cuerpo pendía suelta una pierna doblada de un modo extraño, y que no cesaba de lanzar alaridos de «¡socorro!», cual si la muerte súbita continuara apretándole la garganta. La llevaron a un edificio en cuya entrada pendía la bandera de la Cruz Roja.”

Pasaje de: Jünger, Ernst. “Tempestades de acero.”
Con un extraño desconocimiento de los hechos volvía en redondo la cabeza para mirar con atención los blancos contra los que aquellas granadas podían ir dirigidas; no adivinaba que nosotros mismos éramos los objetivos contra los que con tanto ahínco se disparaba.Teníamos nuestro primer muerto. Un balín de un shrapnel había desgarrado la carótida al fusilero Stölter. En un abrir y cerrar de ojos quedaron empapadas por completo las vendas de tres paquetes. El herido se desangró en pocos minutos. Cerca de nosotros estaban desenganchando en aquel momento dos cañones, que atraían hacia allí un fuego aún más nutrido. Un alférez de artillería andaba buscando heridos en el terreno situado delante de la trinchera; lo tiró al suelo una columna de vapor que se alzó ante él. 

Fragmento de: Jünger, Ernst. “Tempestades de acero.” 
La impresión que he experimentado era tan ruda que sentía el deseo de descender del coche para visitar despacio aquellas pobres aldeas, tan monstruosamente destrozadas que ya ni el aspecto de ruinas tienen. Una ruina es algo que deja adivinar bajo su estado actual de decadencia, un tiempo pretérito de esplendor.Ni las ruinas de Senlis, que tanto me asombraron, ni las que vimos ayer en Courtacon, Courgiveaux y Monceaux, pueden compararse con estas devastaciones absolutas. Las ruinas de Senlis y de Courtacon son a manera de miembros mutilados y dolorosos de un organismo herido. Pero aquí, ni trazas quedan de organización pasada.



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